Facultad Facultad de Derecho y Humanidades, UCEN
Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos no obstante su estilo extravagante, sus acciones impredecibles y su lenguaje agresivo y soez. Motivó sorpresa que una persona con esas características llegara al cargo más relevante del país que representa la primera economía mundial.
En ese momento fue extendido el pensamiento en el sentido que Trump modificaría su conducta a raíz de la naturaleza y dignidad de la función a desempeñar. Esto no ocurrió y, por el contrario, el poder asumido acrecentó sus características avasalladoras con efectos no solo en el plano interno estadounidense, sino también en el internacional.
El ejercicio atrabiliario del poder unido al personalismo narcisista queda reflejado en la reacción tenida ante la pérdida de las elecciones. Una persona con experiencia política está preparada para asumir las normas que fija el modelo institucional y asume que entre las reglas del juego está perder o ganar fruto del ejercicio de la soberanía popular. Trump no está entre aquellas personas y comenzó a preparar la descalificación del proceso electoral desde el momento mismo que percibió que corría riesgo su reelección. Una vez producido el resultado adverso no hizo más que implementar su decisión de desconocer el resultado electoral a cualquier costo, incluidos los nefastos hechos del miércoles 6 de enero, que muestran los extremos a los que podía llegar con sus llamados a la acción de sus recalcitrantes.
En este contexto es preciso fijar la responsabilidad del Partido Republicano que brindó el espacio político a Trump y aceptó luego su captura para avalar su accionar. Solo los últimos hechos han motivado el distanciamiento de la conducción oficial de los republicanos, sumándose a las escasas excepciones, aunque importantes, que no habían avalado la conducta presidencial.
Este partido, que ha tenido a numerosos presidentes del país norteamericano, deberá analizar su conducta para sacudirse del legado que deja la experiencia del gobierno que expira y enfrentar la influencia que Trump, que con seguridad desea seguir ejerciendo. Los resultados políticos debieran ser asumidos por los republicanos, entre otros: pierden la reelección de Presidente, pierden la mayoría en el Senado, mantienen la condición de minoría en el Senado, viven un cuadro de tensión que conlleva al peligro de división. A ello se suma la imagen de ser vistos como cómplices de las más graves lesiones al sistema democrático estadounidense.
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