Directora Carrera Trabajo Social, UCEN
Como una invitación a observar, sentir y reflexionar, aparece el documental “El agente Topo”. Nominado a una serie de galardones -entre ellos el premio Oscar-, emerge con una gentil agudeza para remecernos frente a la soledad y el abandono familiar y social en la que viven institucionalizadas muchas personas mayores.
Parece inevitable que el documental, de la realizadora audiovisual chilena Maite Alberdi, nos sitúe en una suerte de protagonismo hipotético: dentro del escenario al que llegaremos a futuro, considerando que las expectativas de vida en nuestro país nos señalan que las mujeres viviremos hasta los 82 años y los hombres hasta los 77. De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas el número de personas mayores en Chile se estima que representan el 11,9% del total de la población y debido al creciente proceso de envejecimiento poblacional, se proyecta que al 2035 esta cifra aumentará a un 18.9% y en 2050 bordeará el 30%.
De esa manera, nos enfrentemos a un despliegue de múltiples temores, desde los económicos, pensando probablemente en las pensiones que recibiremos; los asociados a la salud física y mental y muy especialmente, a la forma en que nos denominarán y tratarán, reforzando el estereotipo de una persona deteriorada, acabada, que sobra o que incomoda y que en el trato cotidiano es infantilizada o minimizada. El ejemplo más concreto es la denominación de abuelitos o abuelitas, sin serlo, adquiriendo entonces sentido lo señalado por el destacado astrónomo chileno, Premio Nacional de Ciencias Exactas, José Maza, quien afirma que “nadie tiene derecho de tratarme a mí de abuelito, ni mucho menos de ‘nuestro abuelito’, porque el posesivo me parece aún más peyorativo”.
La invitación que nos hace el documental de Alberdi, no solo nos alerta respecto de los necesarios cambios que se requieren a nivel constitucional y de las políticas públicas en torno a este grupo etario. También a los riesgos de la soledad y el abandono, que se ciernen como una amenaza en la vejez; la permanente discriminación por la edad, no solo cultural, sino también cotidiana, limitando múltiples potencialidades que pueden surgir en esta etapa de la vida y que nos interpelan a revisar cuál es la imagen y el trato hacia las personas mayores, que a través de sus micromundos y sus expresiones diversas, pueden ser fuente de sabiduría y apoyo.
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