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El síndrome de la cabaña y otros de los efectos psicológicos del encierro

Pedro Salinas foto (1)Pedro Salinas Quintana
Académico de la Facultad de Ciencias de la Salud, UCEN

Imagine que se han levantado todas las cuarentenas, la curva de contagios se ha aplanado definitivamente y se estima seguro retomar la actividad cotidiana al modo previo al inicio de la pandemia. ¿Dónde iría primero? Aunque resulte increíble, muchas personas podrían responder a futuro ante esta pregunta con un “no tengo ganas de salir” o “prefiero no salir”.

“Síndrome de la cabaña” es el término que se está utilizando en España para describir el fenómeno observado en personas que simplemente prefieren no salir de la casa aún teniendo posibilidad de hacerlo. Anteriormente, se habían descrito conductas similares en personas privadas de libertad bajo distintas circunstancias, quienes una vez superada la limitante del encierro simplemente optaban o preferían no dejar su situación de confinamiento. Dichas personas habían pasado extensos períodos de tiempo en centros de salud, en cárceles e incluso en situaciones de secuestro. Pese a que no existen aún estudios psicológicos concluyentes en países en condiciones de post pandemia, el “síndrome de la cabaña” (como fenómeno opuesto al “cabin fever”, síndrome caracterizado por agitación, inquietud, desesperanza, déficit en la concentración y agresividad en condiciones de encierro), es un fenómeno que quizás merece ser observado con atención.

Si pensamos en quiénes se podría presentar a futuro este aparentemente inusual comportamiento, se estima que podrían ser personas con marcada preocupación previa por la salud (conocidos comúnmente como hipocondríacos); personas que sufren algún tipo de fobia social o crisis de pánico, especialmente aquellas en que es concomitante la agorafobia (el temor a estar en espacios abiertos) y, finalmente, adultos mayores temerosos de que subsistan posibilidades de contagio. En el caso de algunos niños y adultos que padecen algún tipo de trastornos de integración sensorial, el retorno a una normalidad con una ciudad llena de estímulos, ruido y acelerado movimiento, también se podría traducir en una negativa a retomar el colegio o actividades cotidianas fuera de la casa.

En estos casos, un “no tengo ganas de salir” o la falta de iniciativa social o laboral de algunas personas, podría estar indicando que hay situaciones de fondo que merecen ser atendidas con comprensión y empatía, al mismo tiempo que observamos si las condiciones que como sociedad y cultura hemos creado en torno al trabajo o las relaciones sociales, han sostenido un patrón de falsa normalización y bienestar que haga que personas simplemente no quieran salir a las calles repletas de gente cuando se abran nuevamente las puertas de las casas.

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