Periodista y académica U.Central
La conmemoración del 8M se evidenció en cada rincón de Chile y también a nivel global. Nadie puede quedar indiferente a una fecha, cuyo origen está marcado por el dolor y la discriminación que han vivido tantas mujeres, víctimas del maltrato y la violencia. El incendio en una de las fábricas textiles de New York, aquel marzo de 1925, provocó la muerte de 146 mujeres obreras. Al estar encerradas perdieron su vida en esa tragedia. Dice la historia que el humo que salía del lugar tenía una tonalidad morada. Al parecer, las telas que trabajaban eran de ese color, lo que se perpetuaría en un símbolo potente hasta hoy.
A partir de este hecho y de otros testimonios de vida de miles de mujeres, es imposible negar que la defensa por la dignidad y una vida más equitativa para las mujeres, es un foco prioritario de los diversos Estados, los que deben implementar acciones concretas que vayan en beneficio de este grupo que es mayoría en la población mundial pero que, sin embargo, sigue viviendo brechas y desigualdades en todas las áreas de la vida cotidiana.
Considerando este contexto, sin duda, que el movimiento feminista ha trascendido y tiene sentido en las diversas comunidades. Estas han sido capaces de resignificar desde sus propias prácticas, costumbres y culturas y encarnar la violencia que se ejerce en contra de las mujeres. Por ello, es que la lucha de las mujeres ya no deja a nadie indiferente, porque independientemente desde donde se sitúe cada experiencia de vida, la violencia -evidente o simbólica- es un patrón común para todas.
En esta trascendencia histórica, son vitales diversos elementos comunicacionales, que encarnan esta experiencia resignificada en cada comunidad. Por eso, las marchas se convierten en ritos que encarnan símbolos potentes, los que deben permanecen más allá de un 8M. Esto es vital, porque el desafío está en vivir el día a día, con los principios de equidad y justicia, que no se deben visibilizar únicamente cada marzo, sino que las acciones en promover la justicia en favor de todas y todos debe ser una marcha permanente en un mundo aún desigual. Le animo a ser parte de ese desafío, ya que no es responsabilidad única de los Estados. Al contrario. En cada hogar, en cada escuela, en cada grupo religioso, en cada equipo deportivo y en cualquier tipo de comunidad debe generarse una marcha permanente donde se levanten los pañuelos del respeto y la inclusión. Esa es la única forma de seguir avanzando, en favor de la equidad.
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